Los agotes de Arizkun , los leprosos del alma
Emplazados en el valle de Baztan, en Navarra, y rodeados de un apacible paisaje verde, se encuentran algunas aldeas que fueron el nido de uno de los pueblos malditos más enigmáticos de nuestra historia reciente.

Amaiur/Maya se derrama en el verde del valle del Batzan y sestea impasible protegiendo sus casas de todo mal con el eguzkilore, la Flor del Sol que aleja el mal en la zona vasconavarra. Pero para entrar en él primero hay que atravesar otra barrera protectora, un arco del siglo XVII que parece poner puertas al campo pero que lo que hace realmente, según la leyenda, es proteger al pueblo de la peste y de los apestados, que se ven imposibilitados a traspasarlo.

Apestados como los agotes, un grupo maldito que en la zona vascofrancesa eran llamados cagots, por lo que algunos investigadores han supuesto que la palabra derivaría etimológicamente del gótico o godo, a través del occitano ca got, «perro godo». Lo cierto es que estaban tan mal vistos que incluso se multaba al que utilizaba la palabra “agote” para insultar a quien no lo era.
Se les ha atribuido un origen bíblico, pagano, visigodo, judío, sarraceno y albigense, aunque las investigaciones más recientes apuntan a que pudo tratarse de un grupo de delincuentes fugitivos en su origen de leproserías galas en las que se habrían refugiado para escapar de la justicia del país vecino.
Es lógico que en aquellos tiempos medievales se separase al enfermo del resto de la gente a la menor sospecha. Eran unos años que la lepra y la peste, con sus mortandades masivas, causaban terror. También es fácil que se confundiese la lepra con cualquier enfermedad cutánea. Las leproserías, cargadas de enfermos, pronto vieron que esa gente no ofrecía cuidado y se les permitió vivir en barrios. Pero los habitantes de esos pueblos, uniendo el miedo a la ignorancia, no solo no los acepto como vecinos, sino que los fue encerrando en un círculo no solo sanitario, sino también moral y psicológico.
Como identificar a un agote
De hecho, como a los leprosos, y para dejar bien clara su condición, debían dibujar en su ropa, en la espalda o en un lugar bien visible, un pie de pato de color rojo que los identificara, y tañer unas castañuelas o unos cascabeles para avisar de su presencia.
Pero si hacemos caso a las creencias de los lugareños, estos no eran los únicos rasgos distintivos de este pueblo maldito, ya que nacían con una larga cola, carecían de lóbulo en las orejas, tenían plumón en lugar de vello corporal y sus uñas eran abarquilladas.
Están sujetos a un flujo de sangre y de semen continuo y su aliento apestaba y despedían un olor infecto, especialmente durante los grandes calores, cuando soplaba el viento del mediodía. Entonces sus labios, sus glándulas yugulares y la pata de pato que tenían marcada bajo la axila izquierda, se inflamaban.
Y durante todo el año sus pies abrasaban la hierba que pisaban, como si fueran descendientes del caballo de Atila, por lo que se les prohibió caminar descalzos.
Si sostenían una fruta con sus manos, esta se pudría, porque tenían la sangre caliente. También por esa sangre caliente se les creía lujuriosos, coléricos, orgullosos, susceptibles, arrogantes, astutos, homosexuales y zoofílicos.
También se afirmaba que eran hechiceros y magos, y que estaban en posesión de oscuros secretos .
La identificación del “Otro” con el monstruo estaba completa.
Por la otra puerta
Pero los agotes no solo eran leprosos de cuerpo, sino también de alma.
El bucólico pueblo de Arizkun está formado por seis barrios, entre los que destaca el de Bozate por haber sido el barrio en el que vivían los malditos. Y en el centro de Arizkun se encuentra la iglesia de San Juan Bautista, y en su parte trasera, ya tapiada, la puerta por la que tenían que entrar los agotes para escuchar misa.

Tampoco comulgaban de la misma forma que el resto. Tenían que quedarse en la parte trasera de la iglesia, separados por una verja. Había una pila bautismal solo para ellos, y les daban la comunión con unas pinzas, para no tocarles las manos.
No solo tenían prohibido mezclarse con el resto, sino también casarse con personas no agotes, en algunos sitios bajo pena de muerte. Les estaba prohibido llevar armas y vestir de gentil hombre. No podían beber en las fuentes públicas, y tenía sus propias fuentes en los distintos valles.

La discriminación sufrida no acababa ni con la muerte. Ni siquiera en los cementerios los agotes se mezclaban con el resto de los parroquianos, porque se les enterraba aparte.
Hoy en día sus descendientes continúan viviendo por la zona, muchos integrados, algunos orgullosos, y el paso del tiempo ha convertido a la puerta tapiada de la iglesia en toda una metáfora.