La nieve cae lenta y tristemente a nuestro alrededor cuando penetramos en el cementerio de Novodevichy. Más de veintiséis mil cadáveres nos rodean, pero el ambiente que se respira es plácido y sereno.
Este popular cementerio se encuentra junto al monasterio de Novodévichi, que contrariando a su nombre (Nuevo monasterio de las Doncellas, en ruso), fue construido a mediados del siglo XVI para encerrar entre sus paredes a princesas viudas y jóvenes poco casaderas.

Último alojamiento de grandes personalidades que ahora reposan bajo su tierra, este cementerio siempre ha sido un lugar mágico para los moscovitas. Ya a finales del siglo XIX, las monjas del monasterio contaban leyendas de fantasmas de abadesas protectoras. En concreto, tres figuras femeninas vestidas de negro que se deslizaban por el cementerio sin pisar el suelo y que aparecían para prevenir inminentes desgracias. En el monasterio sabían muy bien quien eran: La primera abadesa Yelena Dévochkina, la abadesa Dominika y la novicia Feofania.

Quizás sean las suyas las misteriosas voces femeninas que se escuchan de vez en cuando y que lo mismo curan a un ciego que evitan robos o retrasan relojes para evitar accidentes.
O quizás la voz sea la de Nadezhda Alilúyeva, la segunda mujer de Stalin, muerta por un disparo del que todavía se ignora su origen. Hay voces que hablan de suicidio y otras que afirman que fue víctima de un asesinato machista por parte del dictador. Sea como sea, afirman que se aparece en el cementerio para anunciar futuros embarazos a mujeres estériles. Sobre su tumba, una rosa negra de hierro fundido colocada allí por una madre tardía y agradecida lo atestigua.

Cuando nos vamos, la nieve sigue cayendo mansamente sobre Moscú, sobre la tumbas y sobre las mujeres fantasmas del cementerio de Novodevichy, que nos observan entre los cipreses vestidas con el sudario blanco del frío.