Llegué al Parque Nacional de El Palmar tras los pasos de un mito de creación. Había llegado a mis oídos que, en Argentina, en el Departamento de Colón, provincia de Entre Ríos, existía un paraíso de palmeras “Yatay” nacidas al mismo tiempo del amor y del odio.
Hay que aclarar que el lugar no es solo un reducto de palmeras, sino que cientos de animales singulares tienen aquí su santuario. Anfibios como el monstruoso sapo cururú (el más grande de Argentina, que puede llegar a pesar hasta dos kilos) y reptiles enormes como el lagarto overo, que llega a medir metro y medio y a pesar hasta cuatro kilos) conviven aquí con mamíferos como armadillos gigantes, gatos monteses, hurones, mofetas, nutrias, zorros de monte y hasta capibaras, los roedores más grandes del mundo).

La mejor forma de poder contemplar a esta sorprendente fauna es pasando la noche allí. Así que decidida a sumergirme en el sueño de las palmeras alquilé para dormir un antiguo vagón de tren en El Refugio de Vida Silvestre “La Aurora del Palmar”, un lugar increíble donde se puede disfrutar de uno de los más bellos atardeceres del mundo.

Contemplando como los últimos rayos del sol parecían incendiar las copas de las palmeras, rememoré la leyenda que explicaba el origen de este mágico enclave.

Cuentan que hubo un tiempo en el que todo el terreno que ahora ocupa el Parque Nacional no era más que campo desnudo. Cerca del rio existía un rancho en el que habitaba un hosco leñador con su hija, una bella muchacha de trenzas negras como la noche y ojos negros como el olvido.
El leñador quería casar a su hija con un viejo vecino que disponía de hacienda y de dinero, aunque no de encanto, pero el destino quiso que la joven se enamorara de un apuesto forastero que, galopando sobre un blanco caballo, atravesó un día el rancho.
El desconocido, prendado también de la belleza morena, intento rondarla en numerosas ocasiones, pero siempre tenía que salir huyendo perseguido por el violento leñador, que armado con su cuchillo de monte alejaba a cualquiera que se acercase a su hija.
Decidido a conseguir a la joven, de la que ya estaba profundamente enamorado, volvió una noche en su busca, llevando consigo una bolsa de dátiles “Yatay” junto a dos flores para las trenzas de su amada. Se acercó hasta su ventana y entonando la contraseña acordada vio salir radiante a su joven enamorada, que loca de dicha subió a la grupa del caballo blanco para emprender juntos la huida rumbo a un futuro juntos,
Pero el padre, que alcanzó a ver de lejos a la pareja, monta en su brioso caballo negro y lleno de rabia va en busca de los amantes con el cuchillo en la mano.
El caballo blanco, aun con su doble carga, vuela, pero la desenfrenada carrera hace que los frutos vayan cayendo de las alforjas y que sean enterrados por las furiosas pisadas del caballo negro de su perseguidor.
Amanecía cuando el celoso padre y su montura negra desfallecieron y abandonaron la persecución.
Dicen que los amantes siguieron galopando hasta llegar a un lugar desconocido donde pudieron vivir su amor sin impedimentos ni imposiciones.

Y cuentan también que de cada fruto enterrado nació una palmera que con el paso del tiempo fue multiplicándose, hasta llegar a formar, hoy en día, este mágico bosque en el que, si se escucha con atención, puede oírse en la noche como el viento susurra entre las palmas las mas bellas palabras de amor.
Hola. Conoci tu blog por el canal de youtube encrucijada pagana. Sobre ese parque tengo dos historias, siendo muy chico mi padre alguiló uno de esos vagones para pasar la noche, resultó que el parque recien habia abierto hace poco (o habia cambiado de conseción o algo asi), la cuestion es que eran vagones sucios, viejos y que basicamente no se modificaron desde los años 30 al menos. Encima llovió todo el fin de semana y hacia mucho frio, el vagón contaba con una vieja estufa de leña que tenia el caño tapado y nos intoxicamos, luego prendimos una estufa electrica y dejamos sin luz a 5 vagones (asi de mala era la instalación). Fue tan malo ese fin de semana que siempre nos quedó la anecdota. Se por otros visitantes muy posteriores que hoy dia son vagones de lujo.
Otra anecdota, esta vez familiar, trata sobre el barco que esta encallado a un costado del rio Paraná y del puente Zarate, segun una leyenda familiar fue un tio maquinista quien junto a otros encallaron ese barco para hacer un boliche.
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Madre mía, eso sí que es una aventura! Y lo del barco una aventura todavía más grande! 😁
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