Llegamos a Gerasa/Jerash mientras el cielo de Jordania grita amenazando tormenta.
Recorremos las calles abandonadas desde hace siglos sintiendo bajo nuestros pies las huellas de aquellos que nos precedieron. Las nubes, al pasar, dibujan extrañas siluetas en el mármol que se deslizan furtivas y desaparecen como espectros oscuros.

«Magnífico día para un exorcismo», pienso mientras levanto la mirada al cielo. Me acomodo en las milenarias gradas del Teatro romano y saco de la mochila el evangelio de Marcos.

«Y llegaron a la orilla del mar, a la región de los gerasenos. Al salir de la barca, en seguida le salió al encuentro desde los sepulcros un hombre poseído por un espíritu inmundo, que vivía en los sepulcros y nadie podía tenerlo sujeto ni siquiera con cadenas; porque había estado muchas veces atado con grilletes y cadenas, y había roto las cadenas y deshecho los grilletes, y nadie podía dominarlo. Y se pasaba las noches enteras y los días por los sepulcros y por los montes, gritando e hiriéndose con piedras”.
Mi nombre es Legión
Aquí, si hacemos caso a la biblia, el mismo Jesucristo en persona ejerció de exorcista. Aquí, por vez primera, los demonios hablaron y dijeron su nombre. Y eran muchos. Y su nombre era Legión.

“Porque le decía:
- Sal, espíritu inmundo, de este hombre.
Y le preguntaba:
- ¿Cuál es tu nombre?
Le contestó:
- Mi nombre es legión, porque somos muchos.
La piara poseída
Los demonios rogaron a Jesús que no los expulsara a la Nada, y Jesús se apiadó de los demonios.

Al parecer, había junto al monte una gran piara de cerdos paciendo.
Y, saliendo los espíritus inmundos, entraron en los cerdos; y con gran ímpetu la piara, alrededor de dos mil, corrió por la pendiente hacia el mar, donde se iban ahogando”.
Hoy no es difícil pensar que bajo estas piedras milenarias anduvieron demonios y posesos, mesías y exorcistas.

El cielo retumba y caen las primeras gotas oscuras y pesadas, como lágrimas de ángeles antiguos llorando por la triste suerte de sus hermanos caídos.