Imposible que este castillo no tenga fantasmas. Por su estética y por su porte medieval del siglo XII merece además un fantasma con clase, aristocrático, bello y etéreo como deben ser los fantasmas medievales.

Y a fe que lo tiene. Cuentan que es el espíritu de Doña Blanca, que ya el nombre lo tiene fantasmagórico y del color de los espectros y de las sabanas que los cubren.
Doña Blanca, belleza adolescente francesa y rubia, hija de Pedro I de Borbón, era apenas una jovenzuela cuando llego a la corte de Castilla y Leon para convertirse en reina al contraer matrimonio (contra su voluntad) con otro Pedro I, apodado el Cruel, quien además de tener un sobrenombre bastante ilustrativo tampoco quería nada con ella, porque ya andaba enchochado con Maria de Padilla.

A los dos días de la boda, Pedro la repudia y entre 1355 y 1359 la pobre Blanca es encerrada en este castillo. Cierto es que no estuvo encarcelada en las mazmorras que aún se conservan bajo el patio de armas, sino más bien confinada en una pequeña celda con una silla y un escritorio que hoy puede visitarse al lado del salón de Doña Blanca, en el ala derecha del que hoy es Parador de Sigüenza.

Pero la joven francesa no murió en este castillo, sino que fue trasladada a Andalucía, donde sí que murió asesinada (¿envenenada o asaeteada?, that is the question) dos años más tarde, por orden de su marido, que volvió a hacer gala de lo acertado de su sobrenombre.
Cuentan que las últimas palabras de la reina fueron:
- Dime, Castilla… ¿Qué te he hecho yo?
Y aunque tienen pinta de ser más falsas que el epitafio de Groucho Marx, de lo que no hay duda es de que doña Blanca no murió en el castillo de Sigüenza, por lo que es difícil que por allí ande su espíritu, a no ser que echase mucho de menos el estrecho cuartucho donde paso encerrada cuatro años.
Sin embargo, el personal del parador y los huéspedes que han tenido la suerte de poder contemplar una presencia nebulosa y fantasmal han decidido relacionarla con doña Blanca, quizás porque siempre da más caché encontrarse por el pasillo con el fantasma de una reina joven y bella que el de una criada oronda y picada por la viruela, por poner un ejemplo, aunque numérica y estadisticamente las criadas muertas ganen a las reinas muertas por goleada.

La noche que pasamos en el castillo la luna estaba llena, enorme y cercana como pocas veces la habíamos visto en nuestros viajes. Su luz pálida iluminaba las almenas y las banderas que ondeaban con el viento nocturno, alumbraban misteriosamente los patios y los pozos y se filtraba por las altas ventanas iluminando fantasmagoricamente las grandes salas y los altos techos artesonados y alcanzando con su fría luz a las enormes chimeneas, a las brillantes armaduras medievales, a los vetustos cuadros y a los viejos tapices, a las alfombras silenciosas y a las pétreas columnas lobuladas.
Era sin duda la noche propicia para ver al fantasma de doña Blanca avanzar por los largos pasillos y descender flotando las escaleras, liviana de cuerpo y pesada de espíritu, pero lo cierto es que si andaba por allí, no supimos verla.
Solo al morir la madrugada, cuando los primeros rayos del sol comenzaban a teñir los muros del castillo de rosa y de violeta, nos pareció escuchar, a lo lejos, el sonido de un ave entremezclado, quizás, con los angustiados sollozos de una reina triste o de una criada sin consuelo.
Pues sea cierto o no durmiendo en el Parador me despertó la caricia q alguien me hacía en la mejilla. Sin saber la leyenda creí ver a una mujer. Sea ensoñación u otro engaño del cerebro es lo que sentí. De esto hace muchos años y fue en una de las habitaciones que dan a la puerta del Castillo en el lienzo de muralla izquierdo según se mira desde el pueblo.
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Gracias por tu comentario, Carlos. La verdad es que no creía mucho en la leyenda, pero hace poco hablando con un conocido me afirmó que había visto una figura blanca desvaneciendose en el pasillo al salir de su habitación. Y cuando el río suena…
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